HBO estrena 'Elizabeth Taylor: las cintas perdidas', un documental donde la actriz estadounidense se desenmascara a sí misma en un material inédito grabado por el periodista Richard Meryman en 1964.
Por Alicia García de Francisco
Elizabeth Taylor creía que su primer Oscar, por ‘Butterfield 8’ (1961), se lo dieron por pena, aseguraba que sus ojos no eran color violeta y reconocía sin ambages su obsesión por Richard Burton. Todo ello en un documental que se estrena este domingo en MAX, basado en una larga y perdida entrevista de 1964.
Con una voz dulce y sin rehuir ninguna pregunta, la actriz dio una entrevista al periodista Richard Meryman que se desarrolló en varios días y que tenía una duración de más de 40 horas que se han resumido para este documental, dirigido por Nanette Burstein, que además utiliza muchos videos y fotografías de la vida privada de la protagonista de ‘Gigante’.
A lo largo de la charla, Taylor desgrana su vida desde su llegada a California desde su Inglaterra natal y su descubrimiento del mundo del cine hasta ese 1964 en el que tenía 32 años, ya había ganado un Óscar y estaba recién casada con Richard Burton, su quinto marido.
Unas cintas de audio que permanecieron perdidas durante décadas y un material que Meryman pretendía utilizar para escribir un libro sobre la actriz, que nunca llegó a hacer.
‘Elizabeth Taylor: las cintas perdidas‘(Elizabeth Taylor, The Lost Tapes), que cuenta con J.J. Abrams entre los productores, traza un retrato de Taylor muy alejado de la imagen pública que proyectaba como estrella mundial y por una vida personal jalonada de maridos.
“Tal vez por mi vida personal sugiero una imagen ilícita, pero no soy ilícita, tampoco inmoral. He cometido errores y he pagado por ellos aunque nunca es suficiente. Sé que nunca seré capaz de saldar esa deuda”, comienza la actriz.
Entonces atravesaba un momento de felicidad junto a Burton, al que había conocido durante el segundo rodaje de ‘Cleopatra’ (1963), que se había interrumpido dos años antes debido a que ella enfermó de neumonía y hasta tuvieron que hacerle una traqueotomía para salvarle la vida y que pudiera respirar.
Precisamente, Taylor estaba convencida de que su primer Óscar se lo dieron por la pena que produjeron en Hollywood sus problemas de salud y la cicatriz que desde entonces adornó su cuello. Porque, en sus propias palabras, ‘Butterfield 8’ era una cinta “horrible”. “Debieron sentir pena por mí porque creo que la película es vergonzosa“.
No se mostraba nada condescendiente consigo mismo la actriz, como relata desde sus inicios en películas como ‘Lassie Come Home’ (1943), en la que conoció a uno de sus grandes amigos, Roddy McDowall, cuando ambos eran adolescentes.
McDowall y James Dean fueron los amigos que la ayudaron a superar sus fracasos matrimoniales y a partir de ‘Gigante’ (1956) Rock Hudson se convirtió en otro de sus grandes apoyos.
Con ellos olvidaba sus temores porque no la tomaran en serio como actriz -señala especialmente los problemas que tuvo con George Stevens durante el rodaje de ‘Gigante’- y su inestabilidad personal, que se solucionó con su tercer marido, Mike Todd, aunque la felicidad le duró apenas un par de años ya que el productor falleció en un accidente aéreo.
Superó su muerte con Eddie Fisher, que era el marido de una de sus mejores amigas, Debbie Reynolds, -“nunca le quise”, reconoce la actriz-, aunque la verdadera pasión la encontró con Burton, con el que se casó dos veces, una relación vivida de cerca por el gran público.
Y más allá de sus maridos, la actriz habla de sus sentimientos, de sus frustraciones, de su relación con sus hijos o de lo poco valorada que se sentía en Hollywood. Criticaban sus elecciones, como cuando todos le aconsejaron no participar en ‘De repente, el último verano’ (1960) por tratar sobre la homosexualidad. “Si hubiera sido mas ambiciosa con mi carrera, hubiera hecho ‘Ben-Hur'”, asegura.
Pese a todo, consiguió un segundo Óscar por ‘Who’s Afraid of Virginia Woolf?’ (1966).
También cuenta curiosidades como que sus ojos nunca fueron violetas -“fue una licencia poética de un periodista”- sino azul oscuros, y que le gustaba el sexo aunque no se consideraba un símbolo sexual.
El documental se completa con unas imágenes de los últimos años de vida de la actriz y de cómo se volcó en recaudar dinero para investigar el sida tras la muerte de su amigo Hudson.
EFE.